Se dice que “sobre gustos no hay nada escrito”
para resaltar la subjetividad de lo que
agrada o no. Las preferencias individuales o grupales varían de una persona a
otra. Pero, al respecto, se ha escrito
bastante. Recordemos
que Charles Louis de Secondat, Baron de Montesquieu, pensador
francés (1689-1755) fue quién escribió en 1717 un tratado sobre el gusto, resaltando la
armonía y la simetría de aquello que contempla el ojo humano.
La vista de un manjar
agradable incita a su degustación porque
“la comida entra por los ojos.”
Cuando de sabores se
trata, se hace referencia al sentido del gusto que está asociado también al sentido del olfato. De ahí el dicho “se me hace agua la boca”
por el aroma atractivo de una
comida.
En número de 3.000 son las papilas gustativas que se localizan en la base, en la punta y en los
costados de la lengua. Eso permite distinguir los
cinco sabores clásicos: salado,
dulce, acido, amargo y agrio.
Cada uno es como es,
según su personalidad, modo de ser,
pensar, apreciar, desear y opinar, porque
“genio y figura hasta la sepultura.”
Con exclusividad puede afirmar:
el gusto es mío.
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